Julio Cortázar: Bestiario

   


   Obligada al incesto o sometida al menos al acoso de su hermano se encuentra una mujer que, vista por una pequeña pariente que la visita durante un verano, sufre en una casa a la que Cortázar se acerca de la mano de la pequeña visitante que al principio no comprende y que, cuando comprende, actúa resolutivamente, como no podía esperarse menos frente a un escenario opresivo y ahogado por lo que ya no es ni será nunca otra vez felicidad -todo lo más, alivio y olvido.
   El tema es claro, aunque no se lo remarque con grandes letras deslumbrantes -en lo sugerido se sustentan siempre los mejores relatos cortazarianos-, y el simbolismo claro afecta a todos y cada uno de los elementos que integran el relato: hormigas presas, un insecto verde y capaz de matar al macho durante la cópula, los escenarios cercanos a la casa, el tigre que vaga libre como el odio y mata con seguridad como la más despiadada de las enfermedades. La niña visitante, que solo estará allí un breve tiempo, será quien actúe para curar y limpiar y abrir las puertas, devolver la paz a quien sufre: un relato con un solo detalle fantástico que deja en la memoria del lector una decisión, un despertar, un ambiente claustrofóbico al que se puede poner remedio. 
   Para Cortázar lo real sólo es un punto desde el que se parte, una parada en el recorrido, un desmayo remediable con una atención mejor y más profunda. Los relatos como este nos empujan a ver algo más, a indagar andando junto al narrador, a no dar por acabado lo que es simplemente evidente. Hay un juego -nunca en Cortázar faltan la complicidad y la llamada a divertirse, a gozar leyendo, porque de lo contrario habría una carga de penosa gravedad en sus textos- y un develamiento continuo que es un quitar capas de mentira a lo que se presenta como definitivo y sancionado como nítido por la razón primera, la de los ojos y los sentidos solo a medias despiertos, hinchados y aturdidos ante la captación de lo engañosamente inalterable. Bestiario fue para Cortázar el inicio y es para el que lee a Cortázar también siempre un inicio, aunque se trate de una relectura -como es mi caso-, aunque se sientan las canas por encima de las orejas, aunque creamos que sabemos ya lo suficiente. 

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