Julio Cortázar: Axolotl

   



   Axolotl es uno de esos relatos que solo Julio Cortázar podía escribir. Un hombre mira a un pez en un acuario con tanta intensidad y tanta asiduidad que un día acaba por sentir que su consciencia se altera y se convierte en el axolotl, en el pez al que miraba con tanto arrobo y tanta oscura lucidez. Nos interroga Cortázar sobre nuestra concepción del mundo, tan inamovible pese a saber tan poco de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Cuestiona nuestra racionalidad mediante un juego en apariencia inofensivo, pero duramente crítico: en nuestra época, tan apegada a lo puramente lógico, ¿la fantasía solo es un ejercicio lúdico, o acaso puede salvarnos? ¿Salvarnos de qué?, os preguntaréis. De la ciencia, contesto yo. Pues si hubo una edad para la superstición -la primera-, en que todo era mágico, desconocido e inescrutable -por lo tanto, producto de la imaginación de los dioses-; si hubo una edad para la religión -la segunda-, en que todo era pecado, restricción y miedo a la condenación eterna; si hay ahora una edad para la ciencia, en que todo lo no probado y repetido, todo lo no sancionado como creíble -aun cuando nos ofrecen tantas respuestas evasivas o simplemente tontas achacándole al azar todo lo que no alcanzan a explicarnos, que es más de lo que sí pueden explicar, dicho sea de paso-, ¿por qué no cabe preguntarse que habrá una nueva edad para algo más exacto y unificador y nada excluyente en que se brinden respuestas que aúnen lo mágico y lo transparente, lo anímico y lo frío, lo vetusto y lo que aún está por descubrirse? Así, Axolotl es una apuesta por otro tipo de conocimiento, por otro tipo de inmersión en lo que todavía no tiene explicación lógica pero está ahí, latiendo al lado, mirándonos fijamente hasta conseguir que demos un paso más y acaso desde la mente de un pez empecemos de una puñetera vez a cuestionar con sentido y a comprender sin ataduras, sin limitaciones, sin miedos, desde fuera del acuario, libres, libres, libres. 

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