Julio Cortázar: Las ménades

 


   Lo que en manos de otro sería una sandez, en las de Cortázar deviene símbolo y descubrimiento y afortunada y libre meditación implacable. Buen ejemplo es este relato en el que, partiendo de una imagen entre grotesca y surrealista -el público se lanza al escenario a comerse a los artistas-, Cortázar nos lleva a plantearnos qué es la admiración, qué es el arrobo, qué es la pasión quieta del admirador, qué es una multitud enfervorecida. Sirvas de imagen la de la escena final, con alguien relamiéndose; sirva de descubrimiento la atmósfera del lugar y cómo se usan las metáforas marinas para narrar el avance y destrucción que acomete al/el público; sirva de libre meditación implacable el relato entero, que nos acerca al interior de la pasión admirativa desatada, al deseo de destrucción que puede haber en toda multitud. 
   Muy, muy literario, muy, muy surrealista, Las ménades es símbolo y relato con las características propias del universo Cortázar, ese en el que la realidad es fina como un cabello y en el que la fantasía acecha como un raro dinosaurio nunca visto pero presentido que se mueve entre bambalinas, dispuesto a dar el salto ante nuestra mirada aterrada o hechizada, o quizá no, o quizá nunca, porque mostrarse es decir demasiado y demasiado a las claras: y donde hay segura certeza hay siempre mentira de la mirada.

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