Julio Cortázar: Final del juego

 


   Hubo una época en la que leíamos libros juveniles, y probamos con Los cinco y otros de parecida temática; con las Joyas Literarias ilustradas, que eran aquellos tebeos que adaptaban al formato del cómic las grandes obras de la literatura; con las películas del sábado a media tarde en la única cadena que existía entonces: probamos y soñamos y descubrimos que la imaginación era nuestra mejor aliada. Los que éramos niños no nos acercábamos a las historias de niñas, o sea, Mujercitas y esas cosas, porque no nos atraían y porque no queríamos entretenernos con historias blandengues. Costaba dejar la espada de madera y entrar en un mundo de cocinas, chicas adolescentes, aventuras limitadas y faldas quietas. Éramos los niños del final de un largo y triste período gris. Por eso, vimos solo de reojo las historias protagonizadas por chicas, cómo no, pequeños machistas imbuidos de ideas hondamente machistas. 
   Releyendo Final del juego veo que Cortázar fue más inteligente que nosotros, poseyó una mente más abierta y pudo cultivar una sensibilidad más completa. 
   Dicen ahora los expertos y sabios de los cuidados de la mente que la lectura de obras de ficción ayuda, sobre todo, a ser empático. Y el que sale de su pequeño mundo y ve y comparte y amplía su mundo es más feliz y vive más. Quién sabe. Si es así, este relato puede convertirse en una recomendación inmejorable. Narrado por una chica, pleno de imaginación controlada, de genuina sensibilidad comprensible, sin artificios y sin misterios que develar, pleno y nítido como un día claro y despejado, es además ideal para volver a ser niño, o para imaginarse cómo era una niña y cómo eran sus juegos, o para saberlo quizá, y una gran oportunidad para reafirmarse en la idea de que no hay dos sensibilidades, dos mundos diferenciados aunque esté la barrera de los sexos, sino una senda que recorrer y disfrutar si eres algo más que un molusco, que una concha cerrada a lo distinto y a priori tan diferente, si eres algo más que una infancia enterrada y muerta. 

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