Julio Cortázar: Orientación de los gatos

 


   No puedes tocar a tu pareja, cuando lo haces ella huye, se escapa, se aleja de ti; no puedes mirarla fijamente e interrogarla para saber quién es, porque entonces huye, se escapa, se aleja de ti, se vuelve una extraña a la que no puedes entender, acaso ni siquiera amar. Cada vez que miras a tu amada, ella está más lejos, da otro paso en la dirección que la lleva a distanciarse de ti. Sí, quizá es así cuando interrogas y quieres saber, cuando notas que el cuerpo es superficie y entrada a otro universo que no está ahí para ser mirado, para ser comprendido. También yo he sentido esto que cuenta Cortázar en Orientación de los gatos, he acechado en vano y he percibido que cuanto más me acercaba, más lejos estaba, menos acertaba a comprender y a asimilar, como si hubiera un límite marcado, una zanja insalvable para mi salto y un camino imposible para mis pisadas. Es tan honda la distancia que hay entre dos que se aman, entre dos que se comprenden, que viven juntos y no tienen nada que ocultarse, que comparten lo mejor y orillan lo peor. Es tan difícil saber y retener lo que sabes, aprender y memorizar lo aprendido cuando sabes que nada sirve, que todo recomienza, que el misterio es infinito.  

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