Julio Cortázar: Botella al mar




   Cortázar amaba a Glenda, pero la mató simbólicamente en un relato. Y Glenda mató a un escritor que escribió un libro titulado Rayuela en una película que Cortázar vio en los Estados Unidos. Así era el mundo de Cortázar, estas conexiones inesperadas surgía por doquier, había avisos, mensajes por descifrar, combinaciones sin cifrar, experimentos irrepetibles, palabras que eran códigos indestructibles. 
Qué bien escribía Cortázar cuando era el Cortázar narrador, qué ritmo, qué elección de palabras. Y qué grande era el Cortázar que redactaba cuando era el Cortázar escritor y portavoz directo de sí mismo. Dice, al principio de este bello texto:
                                                las gaviotas que pasan como latigazos de sombra frente a mi ventana
mostrándonos una imagen definida y sugerente, ensoñadora y hermosa.
   Y no me queda sino pensar qué tiempos pasados, qué pérdidas, qué involución padecemos, qué pobreza de lenguaje en la actualidad, qué horizontes ahora cerrados vio Cortázar, qué apuestas tan literarias y valiosas y generadoras de tanto bueno y posterior alumbró el maestro argentino. Alguna vez pregunté ¿Lees a Cortázar?, ¿qué te parece Rayuela?, y obtuve respuestas del tipo Es denso, cuesta entenderlo, es para tiempos de muchos días libres por delante. Ah, malaya sea esta época de mentes adelgazadas y de ideas furtivas que observadas de cerca tanto vacío encierran, de libros ligeros y sin transgresiones dentro, sin búsquedas de verdades más hondas y más últimas, que decía nuestro admirado gran cronopio. Cóo no seguir siempre queriendo tanto a Julio. 

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