Julio Cortázar: Queremos tanto a Glenda
Hay una admiración terrible, destructiva: la de aquel que no permite al objeto amado ningún error, a la persona amada ninguna equivocación, ningún desliz, ninguna palabra que emborrone la imagen creada, adorada. Querer tanto, querer demasiado puede impulsar a no aceptar ya al otro, a desear tan solo que se mueva una imagen, un cliché, un sueño imposible. Y no ocurre solo con el que admira a una actriz, sino también con quien ata en corto y abraza de manera abrasiva, con quien no soporta un alejamiento ni siquiera momentáneo. Cuánto sabía Cortázar, cuánto supo decirnos. La admiración que sujeta puede matar, la admiración que fija como una fotografía puede matar, la admiración que estrecha siempre ahoga.
No solo hay en Cortázar reojos, avistamientos parciales, reflejos especulares; también imágenes recogidas gracias a un enérgico azar encadenador, vislumbres tan plenos como un fogonazo en medio de la noche, hachazos de lo inconcreto que lo resuelven todo con la claridad indestructible del día cuajado y absoluto. En Cortázar no es fácil deslindar, ordenar con lógica implacable, tirar a un lado del camino lo conocido para seguir con el piloto automático puesto y centrado en el siguiente párrafo. Para, amigo lector, y redescubre.