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Mostrando entradas de 2017

Juan Herrezuelo: Las flores suicidas

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    El título de este libro, que es también el del cuento más extenso de los cinco que contiene, proviene de una greguería de Ramón Gómez de la Serna: «Entre los carriles de las vías del tren crecen las flores suicidas». Ese largo relato cierra una suma de historias que parecen haberse reunido alrededor de la imagen del ser humano expuesto en toda su fragilidad a la locomotora cada vez más acelerada y descomunal del acontecer histórico, a veces de manera individual, a veces como grupo, a veces incluso como especie. Son relatos en los que la incontrolable propagación del miedo colectivo, el desengaño, la derrota, la dificultad para distinguir entre realidad y ficción, la angustia que provoca la pérdida de un empleo, la tenacidad de un padre, la magia de la radio o el estupor ante el alcance de los estragos medioambientales no se presentan al lector con los ropajes de la mera especulación narrativa, ni tampoco se limitan a formar parte de una única versión de lo real, pues hay e

Stephen King: La chica de pan de jengibre

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     Pocos autores utilizan tantas ideas en sus libros, o al menos pocos saben mostrarlas tan bien como Stephen King. Están llenos sus relatos de imágenes también muy poderosas en lo normal y en lo extraordinario: se diría que escribe con una idea asociada a una imagen, y a continuación otra idea asociada a otra imagen, y así sucesivamente. Sorprendentemente, acierta en muchísimos casos, y eso lo convierte en un autor destacable y muy valioso. Quedarse solo en ver el contenido de sus historias sería como juzgar a Juan Benet por la inspiración de sus argumentos. Hay más, mucho más. Hay que leer y después analizar.    Cuando la mujer que huye de un asesino se adentra en una playa lo que no puede esperar, dice el narrador, es encontrarse con la belleza: qué imagen tan inesperada, tan plena y tan inteligentemente usada, amigos: la muerte en forma de hombre que quiere asesinarla está a su espalda, y ante ella aparecen el mar y la niebla y la belleza hecha paisaje único. No: Stephen

Miguel de Unamuno: El que se enterró

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     Aunque parece un relato poco unamuniano, se trata sin embargo de uno muy propio del gran escritor español, siempre con la duda a cuestas y con la interrogación continua de las caras de la realidad, de la existencia. Unamuno interrogaba a Dios y a lo imposible, con lo cual no extraña este relato fantástico de alguien que también escribió una nivola y nunca cejó de cuestionárselo todo. El momento en que el personaje que se enterró dice que ve al otro yo que viene a decirle que va a morir es tremendo y si le llega al lector es por la sencillez y directez de la narración, en la que se evitan circunloquios vanos. Gracias a no cargar las tintas en los detalles oscuros, se alza con más fuerza y más verdad. Es un relato absolutamente genial. 

Mario Benedetti: Esta mañana

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     El flujo de conciencia, lo interior y lo exterior tan bien diferenciado y a la vez tan bien unido, tan bien comunicado, tan engarzado que uno no sabe si hay diferencia y se cuestiona si lo pensado es lo realizado, lo creído es lo intuido o viceversa, y en la voz que corre por la consciencia hay un solo ritmo, un solo hilo y una sola vereda, que llevan al acto que acaso ya lo cambia todo o que acaso solo confirma que nada va a cambiar, porque la voz interior es la misma y no va a cambiar el paso, el recorrido. Benedetti era uno de los más grandes escritores que han existido. Siempre lo será. 

Stephen King: Willa

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     Supongamos ahora que la existencia es algo que se sueña o que se ve desde un lugar muy lejano, enviando pensamientos y deseos desde ese sitio como si fuéramos los dobladores y los intérpretes en negativo de lo que parece ser la vida. Entonces, morir sin que lo advirtiese el que está en ese otro lugar mandando ideas, pensamientos y palabras al que se mueve por la vida no evitaría que continuara como si nada hasta que, más tarde o mucho más tarde, reparase en algunos errores, en ciertos desequilibrios, en pequeñas anomalías que avisan y destellan pero no ciegan, porque, como es lógico, si no hay intención de ver, no se ve. En este punto, o desde este punto, observo que Stephen King arma un relato que tiene su fuerza en el realismo bien llevado, en unas localizaciones vivificantes y en unos diálogos llenos de vida (sí, es eso: no puedo escribir otra cosa), y pienso que no importa que el cuento sea de los que proclaman el acierto y la brillantez a voz en cuello, pues contiene al

Jorge Luis Borges: Las ruinas circulares

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     Pocos relatos más enigmáticos y anticipatorios que este, en que alguien sueña que crea a otro y se dedica a soñar y soñar para seguir creando y definir perfectamente qué sueña. Ahora que la ciencia se plantea si la realidad no será solo un holograma, si todo no será sólo un producto de lo que construye la mente humana, relatos como Las ruinas circulares  deben ser considerados como una luz primigenia, un brote espectacular de lucidez primordial de una mente liberada y despierta, muy, muy despierta. Porque acaso no se trate de saber si usamos el cerebro plenamente o en qué tanto por cierto exacto, sino de acercarnos a la orilla correcta desde la que poder determinar que lo soñado no está dentro del sueño, de otro sueño, sino que es una creación al menos propia, al menos de uno mismo. 

Horacio Quiroga: Una estación de amor

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     Quiroga no miente, y eso no es poco en un mundo de libros en los pocas veces se dicen verdades. No solo tiene este relato un final que sabe a cierto, sino que toda la historia sabe a cierta: y eso no quiere decir que deba ser forzosamente autobiográfica, sino que lo narrado no tiene trampas ni subterfugios. Duro, sí, cortante y hasta algo cruel, pero Quiroga no buscó hacer solo literatura ni halagar al lector, conquistar al lector por el lado fácil. Quizá por eso su obra sigue siendo algo vivo, muy vivo, clasificable pero no domesticable: fiel solo a sí mismo, el escritor siempre hallará quien le entienda y le comprenda, quien se vea reflejado o concernido. En este relato de amor y desamor hay una piedra dura en las miradas de los personajes, pero también una emoción profunda y muy real que se alza pura en su desesperación y su agonía, ajena a los males del tiempo. 

Félix J. Palma: El mapa del tiempo (1: Cuarto mísero)

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     Pasea una mirada melancólica por la habitación y se sorprende, al observarla de nuevo, de que allí pueda haber lugar para una vida, que esta pueda desarrollarse, tener vigencia, dada la miseria y la estrechez del sitio.     Así lo cuenta, sin prisas y sin demorarse, Félix J. Palma, que escribe muy bien y sabe muy bien describir las emociones, transmitírselas al lector con su narrador de tercera persona que juguetea y se torna serio cuando es preciso, que le habla desde muy cerca a quien le escucha atento y con gran pericia hace avanzar la historia entre pausas bien administradas que sirven para dar más información y, sobre todo, para dibujar un lugar y una época con seguridad y de manera diáfana, que es de lo que se trata cuando se escribe una novela cuya acción está anudada a una época muy pretérita. 

Isaac Asimov y Robert Silverberg: Hijo del tiempo (El tiempo es presente)

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     Dice un personaje en la novela: "... utilizo el presente. Ahora que viajar en el tiempo se ha convertido en una realidad, todo es presente."

Vardis Fisher: El trampero (La tormenta)

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   Cuando Fisher describe la tormenta en esta novela del viejo y salvaje Oeste, uno no puede sino leer embobado, maravillado, gozando como un niño que escucha un relato junto al fuego unas páginas tan bien escritas y llenas de tantas fuerza vital. El trampero, que ama y entiende la música clásica, mira al cielo y canta y celebra con todo su ser la aparición de los truenos, de los relámpagos, como si estuviera bajo una creación musical del creador, plena y de máxima potencia, en la que no falta nada y nada asusta, aunque a él y a su mujer india los rodee la oscuridad, los sacuda la potencia de la voz cantora y directora del que todo lo creó. Más allá de creencias, son páginas de un nivel altísimo, tanto que las considero de las mejores que he leído jamás.

Don DeLillo: Submundo: Viajando con Amy

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     Me fascina seguir el viaje que hace el narrador con Amy, sin destino y sin plazos, tanto que me acuerdo de los encuentros y desencuentros de Horacio y la Maga, en Rayuela, y hallo coincidencias, leo en los espacios en blanco de ambos libros y veo líneas que los emparentan, que los llevan hacia el mismo lugar sin nombre, sin nombre posible donde aguarda también lo que no tiene nombre ni lo necesita, porque las grandes creaciones de los grandes escritores nos hablan de lo que somos y no pudimos ser, de lo que fuimos sin saberlo y seremos o estamos siendo, lo sepamos o no, porque para eso se inventó la literatura, al menos esta que nos atrapa porque nos habla de nosotros mismos sin mencionarnos pero sin apartarse de nosotros un solo instante. 

Julio Cortázar: Relato con un fondo de agua

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     El relato estremece, le hace a uno sentirse encogido, expectante y tenso, pero no a la manera en que se nos resuelve en el ánimo la contemplación de una escena cruel o temible en una pantalla, sino de otra más cercana y casi diríamos que íntima, no empatizando, sino siendo: tememos porque somos. Cortázar, una vez más, juega y se divierte, construye y se divierte, narra divirtiéndose con muchas frases geniales y con imágenes no menos geniales -el río, la luna que toca y se arrodilla-, pero además, como en sus mejores y más escrutables relatos, da un paso adelante, sacude legañas y limpia falsedades, clava en la superficie para que nunca puedas quitarte de encima lo adherido: la muerte te aguarda, nos dice, y vendrá con tu nombre y con tu cara -como sabía también Pavese- y no podrás hurtarte a su abrazo definitivo, porque tú serás tu propia muerte. Como para no pensar que el gran argentino universal era un genio absoluto... 

Stephen King: 22/11/63: Muere un amigo

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     Se despide del amigo muerto dándole un beso y diciéndole: Que duermas bien, socio.     La escena es de las mejores del libro porque no hay un peso excesivo en lo patético ni se busca la lágrima fácil del lector alargándola, llenándola de detalles enternecedores pero falsos que arrastren y que, una vez pasada la escena, podrían dejar un regusto a falso, a forzado. King defiende que ha de narrarse, que lo importante es siempre lo que viene a continuación, y lo demuestra sin parar en todo el libro. Esta imagen del amigo que ha muerto merece, sin embargo, un momento de calma, una paradita, una mirada por la ventana antes de seguir leyendo. Es un momento muy importante de la novela porque desaparece un personaje que también lo es, hay una vía que se cierra y a la vez una vía que se muestra ya inexorable. Admiro la sencillez con que se llega a este punto, con que se dice y se muestra, con que se empuja sin forzar ni mentir. El arte del buen novelista a veces se exhibe con un gra

Stephen King: 22/11/63

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    "... apartó la copa y volvió a sostener la taza de café. No bebió, simplemente se limitó a envolverla con las manos, como si tratara de absorber parte del calor. Presenciar ese gesto me obligó a recalcular el tiempo que podría restarle de vida."    Es sencilla, muy directa esta manera de contar un pensamiento del narrador, después de una imagen que mueve a la compasión. Y en esa sencillez está lo mejor del libro, porque King no pretende sino entretenernos, ante todo, y contar con mucha cercanía y con un tono muy normal una historia de viajes en el tiempo: acaso la única forma de que nos la creamos los lectores más exigentes, los curtidos en batallas joyceanas, faulknerianas, cortazarianas, pues estamos con la mosca tras la oreja y pidiendo verdades de fuego como otros exigían sangre en las lanzas. Sin caer nunca en lo liviano, en lo torpemente diáfano-y-de-cristal, el escritor estadounidense cautiva y hace buena literatura, esa que se desliza hacia la perdurabi

Stephen King: 22/11/63: Humor

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     El humor es lo primero que aparece en la novela, el humor al que llamaríamos sano, ágil y conquistador, generoso y nada excluyente. Lo utiliza King para asentarnos mejor en la historia y en los personajes, para desdramatizar y para inteligentemente decirnos que algunos hombres pequeños de importancia pueden ser muy importantes en sentidos menos evidentes que los habituales que designan a ciertos tipos como populares y exitosos. El humor no hace ligera la novela, no se trata de un recurso para que sea más liviana, sino un recurso para decirnos verdades sin largarnos crueles discursos que maten de aburrimiento y de obligada solemnidad. No es para esto la novela, parece decir King, eso queda para el ensayo. Y el humor, tan bien medido, es el mejor ingrediente para que nos lancemos al fondo de la historia, nos zambullamos en ella y empecemos a cuestionarnos lo absolutamente establecido y fijado con chinchetas clavadas en la carne de nuestra sociedad actual y sus realidades p

Matilde Asensi: El origen perdido: Curar con las palabras

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     La novela tiene una trama fascinante y un desarrollo que en ningún caso se presenta acelerado, espasmódico: cada descubrimiento precisa de un tiempo de investigación y de encaje de piezas, como debe ser. Cuando se llega al momento en que la autora nos habla, por boca de sus personajes, de la curación mediante la palabra, es un buen momento para pararse, meter un dedo en el volumen y pensar un poco. Curar con las palabras. Sí, ¿ por qué no? Curan de esa manera los expertos en el cerebro y sus enfermedades del alma, curan los amigos con consejos, las madres y los padres, las parejas comprensivas. ¿Ir más allá? Bueno, quizá ya es despeñarse: curar enfermedades del cuerpo con palabras podría ser una innovación, un camino a descubrir y perfeccionar. No le gustaría a la industria farmacéutica, dedicada a las enfermedades cronificadas, pero sí a cualquiera con poco o con ningún dinero. Sanadores de las palabras. Qué bueno. Aunque solo sea durante un rato y en la ficción.     Pero

La cuarta fase, de Olatunde Osunsanmi

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     Efectista, exagerada, chirriante, desacomplejadamente ambiciosa, fría, pero también interesante película que, más allá de sus aciertos y defectos cinematógraficos, se acerca a un tema que inquieta: las abducciones extraterrestres. Producto de mentes heridas o de una realidad desasosegante, el tema no puede dejar indiferente a quien tiene la mente abierta y estima que la ciencia -la religión con más futuro de nuestro tiempo- no puede dar respuesta a todo. A mí esta película me arañó el sueño, me hincó un codo en el reposo y me empujó contra una pesadilla en la que di dos gritos contra la pared y contra los seres despiadados que cometen acciones tan crueles como las que se narran en el filme. Y por eso este comentario: más allá de los valores de esta ficción, o de sus carencias, están las imágenes intercaladas en que se muestran los supuestos hechos reales, las palabras del abductor, la firmeza con que actúa quien se cree un ser superior (aplíquese a los que no son extraterres

Matilde Asensi: El origen perdido: Felicidad

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   "Que el mundo tuviera sentido a través de la felicidad me sonaba a excusa barata para no afrontar la vida a pelo". 

Matilde Asensi: El origen perdido: Hospital

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      Me gusta ver en este libro que hay una escritora de raza en él, alguien que sabe ponerse en la piel de otro e insertar pensamientos y sensaciones en la narración del personaje que son de cosecha propia pero encajan a la perfección en la vida y aventuras de un personaje de ficción. Cuando vuelve al hospital en que está ingresado su hermano, nos cuenta Arnau que, a pesar de haber estado solo una vez antes en aquel lugar lo siente "como una prolongación de mí mismo, como un recinto familiar". Esta aguda introspección abre la mente del lector a experiencias parecidas y a recuerdos semejantes, define muy bien qué es tener a un familiar enfermo en un hospital, sitio que solo se visita por obligación pero que pasa a ser muy pronto algo que forma parte de uno, que es uno en tanto en cuanto en su interior hay alguien que es de uno. Como digo siempre, el mayor valor de la novela es la capacidad de generar empatía, de traernos ante el papel lo vivido por nosotros los lectore

Julio Cortázar: Axolotl

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     Si existen los cuentos perfectos, qué duda cabe de que este es uno de ellos. Misterio, indagación, ideas nuevas e imágenes imborrables, narración exacta y volcada hacia lo íntimo. ¿Somos todos peces en una pecera? Qué sabemos. No hay nada seguro. Quizá todo lo que vemos solo es producto de los sueños de los dioses, quizá solo seamos un reflejo pálido de algo que vive y está pleno en otro sitio mejor y tan solo se conecta a ratos a este mundo con tanta apariencia de mentira. Como en un juego, Cortázar busca la traslación y el intercambio, ensaya la transmutación y deja meditaciones en palabras narrativas que sacuden: ¿Somos esa consciencia apresada en dos ojos pequeños e inmutables? ¿Somos más o menos que los peces? ¿Tan hondo es todo lo que nunca llegaremos a saber? Por fortuna, aquí está la literatura para encender luces en pequeñas habitaciones atestadas de pistas, para abrir caminos que latirán en nuestra mente y nuestros sueños. Los relatos no cambian el mundo, pero sí c

Guy de Maupassant: Un parricida

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       De nuevo otro de esos relatos que están en la memoria de uno pero que han sido medio olvidados y que han trabajado detrás, en el rincón donde nacen las historias propias, del que surgen los escritos propios: en Almería 66 tengo yo un relato sobre un parricida que nada tiene que ver con este, en absoluto, pero que aborda el mismo tema, lo cual es harto significativo. Por supuesto, fantástico este de Maupassant, propio de una mente arrebatada, o de un carácter arrebatado, y con un talento para la síntesis magistral. Además, no se juzga, como debe ser, y el parricida queda en manos del lector para que se ponga en su lugar y luego dictamine, como ocurre en los mejores relatos, pues una cosa son los hechos y otra muy distinta la explicación de esos mismos hechos. ¿Quién no es humano? ¿Quién no sufre? El reo pide ser ajusticiado, no tomado por loco. Qué inteligencia la de Maupassant, qué grandísimo escritor inmortal.