Stephen King: 22/11/63

  


 "... apartó la copa y volvió a sostener la taza de café. No bebió, simplemente se limitó a envolverla con las manos, como si tratara de absorber parte del calor. Presenciar ese gesto me obligó a recalcular el tiempo que podría restarle de vida."
   Es sencilla, muy directa esta manera de contar un pensamiento del narrador, después de una imagen que mueve a la compasión. Y en esa sencillez está lo mejor del libro, porque King no pretende sino entretenernos, ante todo, y contar con mucha cercanía y con un tono muy normal una historia de viajes en el tiempo: acaso la única forma de que nos la creamos los lectores más exigentes, los curtidos en batallas joyceanas, faulknerianas, cortazarianas, pues estamos con la mosca tras la oreja y pidiendo verdades de fuego como otros exigían sangre en las lanzas. Sin caer nunca en lo liviano, en lo torpemente diáfano-y-de-cristal, el escritor estadounidense cautiva y hace buena literatura, esa que se desliza hacia la perdurabilidad.  

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