Stephen King: Willa

 


   Supongamos ahora que la existencia es algo que se sueña o que se ve desde un lugar muy lejano, enviando pensamientos y deseos desde ese sitio como si fuéramos los dobladores y los intérpretes en negativo de lo que parece ser la vida. Entonces, morir sin que lo advirtiese el que está en ese otro lugar mandando ideas, pensamientos y palabras al que se mueve por la vida no evitaría que continuara como si nada hasta que, más tarde o mucho más tarde, reparase en algunos errores, en ciertos desequilibrios, en pequeñas anomalías que avisan y destellan pero no ciegan, porque, como es lógico, si no hay intención de ver, no se ve. En este punto, o desde este punto, observo que Stephen King arma un relato que tiene su fuerza en el realismo bien llevado, en unas localizaciones vivificantes y en unos diálogos llenos de vida (sí, es eso: no puedo escribir otra cosa), y pienso que no importa que el cuento sea de los que proclaman el acierto y la brillantez a voz en cuello, pues contiene algo superior: la humanidad y la verdad de los sentimientos duraderos. Con ellos, el gran autor estadounidense vuelve a cautivarnos con sencillez y sin tacha alguna. 

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